Después de la web 1.0 -que se
enfocaba en las búsquedas- y la web 2.0 -que significó generar infinitas redes
sociales- ahora vamos hacia la web 3.0 y la 3 D, con dispositivos que mostrarán
la profundidad de la realidad. La web 4.0 apuntaría según los expertos a la
ultra inteligencia de agentes conformados en nuestros dispositivos que
buscarían información y asistirían nuestro día a día actuando en nuestro
nombre.
¿Demasiado rápido? Claro. En esta
transición hacia mejores y más perfectos mundos virtuales, hay un cambio que
aún pasa desapercibido: el del activismo tecnológico, una suerte de rebelión de las
masas utilizando y desarrollando tecnología de manera participativa y masiva
que ha resultado en una infinidad de ONG´s, colectivos y comunidades que aprovechan
conocimientos, tecnologías, desarrollos e interfases para resolver problemas
públicos y expresar su punto de vista.
El concepto de la ciencia ciudadana (en
inglés ‘citizen science’ o ‘crowd-science’) es una de las expresiones de ello.
Involucra al público en general en experimentos científicos para hacer juntos
cosas sorprendentes y útiles, dirigidas por científicos de universidades,
centros de estudios o laboratorios que necesitan de la ciudadanía para poder
avanzar en sus proyectos. Esta nueva modalidad está desarrollando proyectos
sobre ecología, botánica, medioambiente, tecnología, histología, monitoreo de
aves, planificación urbana y hasta arte en todo el mundo.
No se trata de una disciplina que
nace de improvisados: La mismísima NASA, lanzó el desafío Space Apps Challenge
en 2012 y 2013 por medio del cual invitó a miles de desarrolladores en más de
cien ciudades del mundo a proveer, administrar y articular información que
resuelva problemas relacionados a las explosiones solares, la sustentabilidad
de la vida en el espacio y la observación de la tierra por medio de su estación
internacional espacial.
La revista Sci Starter ha
publicado más
de 600 proyectos de esta temática, destacando 13
de los que más visibilidad han tenido en 2013. Muchos de ellos se orientan
al campo de la geo información y uno de ellos, el Dark Sky Meter (disponible
para iPhones) permite a ciudadanos contribuir a conformar un mapa global de la
contaminación que producen las luces artificiales en la noche en ambientes
urbanos. Utilizando la cámara fotográfica del iPhone, el app mide el brillo del
cielo y actualiza los datos en tiempo real.
Recientemente, y a un nivel más
“latino”, el proyecto World Birds, trata
de crear un sistema de bases de geo datos global sobre aves con su asociado en
América Latina, la ONG Aves
Uruguay. A su vez, el sitio Galaxy
Zoo de ciencia ciudadana orientada a la astronomía fue lanzado en Chile y
tiene el objetivo de mapear galaxias junto a la comunidad a través de sofisticados
proyectos científicos. Con algunos de los más poderosos telescopios del planeta
en el desértico norte, el proyecto Galaxy Zoo se asoció con el Departamento de
Astronomía de la Universidad de Chile en el Cerro Calán y prometen revolucionar
la disciplina.
Otro aspecto interesante de la ciencia
ciudadana es el que el Mesoamérica Apps
Hackathon buscó desarrollar a través de la colaboración ciudadana masiva invitando
a cientos de desarrolladores amateurs para adaptar de tecnologías de
información que ofrezcan soluciones a grupos indígenas de Guatemala, Panamá y otros
países mesoamericanos. Por ejemplo, para la comunidad de Laguna de
Sololá, Guatemala, creó un app para identificar y diseminar locaciones
indígenas rituales y ancestrales para propósitos turísticos, históricos y
culturales. Otros apps fueron desarrollados por la comunidad de estudiantes de la
Universidad
Tecnológica de Panamá para asistir a la migración de los grupos étnicos de
Ngäbe y de Buglé en la frontera entre Costa Rica y Panamá.
Todas estas iniciativas buscan masificar
observaciones de las que de otro modo no podría disponerse,
permitiendo estimar,
clasificar, mapear y solucionar fenómenos en gran escala y con gran detalle.
También estudiar comportamientos y eventos, así como cambios en los inventarios
de las unidades de observación, sean estas locaciones ancestrales, aves o
galaxias. La razón es que los investigadores profesionales para estos temas son
muy escasos (y por cierto caros), para lo cual es ideal aprovechar las
observaciones de apasionados aficionados.
Ya el pionero científico Charles
Darwin utilizó esta técnica para basar su teoría de la evolución en evidencia
suministrada por unas 15.000 cartas que intercambió con cientos de científicos ciudadanos.
Tardó un poco más que enviando emails u organizando hackathones pero igualmente
elicitó conocimiento de gente de toda clase de ocupación no científica, desde ganaderos
hasta viajeros de todo el mundo.
Al igual que hace más de cien
años, hoy podemos intuir que lo mejor para la ciencia es la ciudadanía, porque el
mejor y más poderoso procesador de información que tenemos es el que hay en
cada ser humano. Nuestra increíble capacidad para mapear la realidad, pero
también para detectar lo que no encaja, es algo que puede hacer la diferencia
en cualquier tipo de conocimiento en el que deseemos apasionadamente
involucramos.
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